sábado, 7 de noviembre de 2009

Contra la reelección de la represión (videoreportaje)

Por Chano Castaño






   The Journindie estuvo puntual en el Parque Nacional para marchar contra la reelección de Uribe. No éramos tantos como se esperaba pero tampoco fuimos una minucia humana. Había toda clase de personas, desde estudiantes que reclamaban más presupuesto para su universidad, hasta mayores que venían a poner su voz y paso. Entre chicotes, cantos, pancartas y consignas la marcha fue avanzando. Muchos se acercaron y se unieron, mas que todo en el tramo de la Séptima con calle 26 hasta la 7ma con calle 19. Los Esmad también fueron apareciendo junto a los policías motorizados. Iban atrás de la última persona de la marcha, a una distancia prudente. Hasta ese momento la protesta fluía tranquilamente.
   Cuando la gente alcanzó la Séptima con Av Jiménez el sabotaje se hizo presente. Primero salió un humo entre los manifestantes, luego sonó una papa-bomba y los gases volaron de un lado a otro sobre las cabezas de los que protestábamos. Fue el terror. La gente empezó a dispersarse hacia todos los lados, unos corrían por el callejón del Centro Cultural del Libro, algunos se subieron y bajaron por la Jiménez, y muchos se devolvieron hacia el sur por la Séptima.
   Era claro que el primer disparo lo hizo el Esmad. Todos lo vimos. La trampa ya estaba preparada. No nos iban a dejar pasar hacia la Plaza de Bolívar. El cerco de policías al ver acercarse la marcha desató el caos y dispersó la mitad de las personas. Los que quedaron fueron pocos y con el paso del tiempo se fueron dispersando. The Journindie estuvo allí entrevistando a ciertos personajes y recogiendo material para mostrar la verdad de lo que sucedió en la marcha. Ningún medio de comunicación se hizo presente. Por eso nosotros hicimos este reportaje en el que mostramos la otra cara de la moneda.


   

viernes, 6 de noviembre de 2009

e-reader: debate de electrodos


    


    Por Chano Castaño

 
    Que tire la primera piedra el que piense que las bibliotecas se van a acabar en el mundo.
    Estoy ileso.
    Sin llagas para que se vaya el odio a la tecnología, ni penitencias en deuda por el amor a la red.
    Y es que el tema de los e-readers y los e-books tiene al mundo en el debate más grande que la lectura haya generado en la historia de la humanidad. Los escuadrones de la muerte, casi todos geks nazis ecologistas, piensan que llegó la hora de parar de talar árboles pues prefieren estar todos los días sentados frente a una pantalla que les filtra el mundo. Y las camarillas de románticos, casi todos poetas bolañeros y ecologistas—en el siglo XXI malos, buenos, filibusteros y santos son ecologistas—, creen que si los libros de papel se acaban la experiencia genuina de la lectura se perderá para siempre. Yo no estoy de acuerdo con ninguno—aunque también siembre árboles, recicle y apoye la abolición del plástico.
   Hoy salió un artículo en el Washington Post en el que se hace un balance del debate pero desde los números. Según el estudio citado por el diario el e-reader se tardaría más que el i-pod en masificarse. A mi me parece que esa es una obviedad irrelevante. Todos sabemos que mientras se lee, se conduce, se cocina, se duerme, se tira, se acampa, se baila, se caga y se fuma, uno escucha música. Los libros no son igual—aunque una pantalla en el techo de tu baño te mostrara Borges o un i-phone te leyera la Divina Comedia mientras follas—, y no son igual porque se puede transformar, revolucionar y crear nuevos soportes, pero nunca cambiará la concentración que un buen texto nos genera ni la sensación onírica de su artilugio de palabras. Poesía es poesía, y Vicente Fernández, Los Beatles y Metallica son un lenguaje rico, estimulante, son música, y cualquiera los quisiera escuchar mientras pueda. Por eso muchos lectores agarrarían un iPhone primero que un e-reader y muchos no-lectores y no-melómanos bajarían primero un álbum de música que un tratado de filosofía.
    Para mí los problemas del e-reader van más allá de la lealtad al libro de papel. Puede que se solucionen con números que inventen mejores cosas, pero se tomarían un tiempo. El primero de ellos—y también obvio, como el apunte del Washington Post—, es que las compañías que comercializan los e-readers—y las que apenas lo están planeando, acá va una alerta—, se están enfocando de una manera errónea. Quieren hacer un simple lector electrónico con aplicaciones. Deberían de pensar, creo yo, en una máquina que sea laptop y también e-reader, que permita cargar música como un iPhone, hacer llamadas, navegar, filmar videos, hacer transmisiones. Podría ser exagerado esto, pero un e-reader que quiera satisfacer las demandas de un consumidor actual deberá ser como un portátil: nadie quiere más aparatos, más basura de metal—bueno, hay excepciones—, sino que muchos buscamos es comodidades tecnológicas en las que podamos albergar información, crearla y distribuirla. Ah, y muy importante, comercializar con ella.
   El siguiente problema va en contravía de los ambientalistas poetas que piensan que un e-reader salvará al mundo del calentamiento global. Siempre dicen, entre ciencia y periodismo, que si los libros no fueran de papel se haría el aporte más importante a la lucha contra la deforestación. Puede que estén en lo cierto. Yo no comparto la tala de árboles. Pero tampoco soy ciego frente a las características nefastas del e-reader. Si llevo maletas en el techo de mi coche y dentro de unas de ellas llevo mi Kindle y de casualidad llueve, seguramente al tratar de leer En la ciudad no llueve todos los días me encontraré con un charco de químicos que viajan por la pantalla. Un libro se secaría y listo. También pienso en si se riega un café sobre la pantalla o si se deja caer al suelo. Me atemoriza de sobremanera que mis libros, todos, estén a la suerte de un aparato que es débil ante el ambiente. Lo acabaría la lluvia, los apeñuscaría el sol y de paso, nadie podría poner algo sobre él como hacemos, siempre, los que tenemos mesa de cama repleta de libros que sostienen vicios.
   Una de las aristas más fuertes del problema que tiene el e-reader con el ambiente es la energía. Si se acabaran las imprentas la gente escribiría a mano sobre el papel, con cualquier tinta, y la escritura como práctica sagrada de la civilización seguiría dejando sus huellas en el tiempo. Para leer un libro de papel necesitamos saber descifrar símbolos estructurados a la luz de una vela o del día. Para leer un e-reader se necesita lo mismo pero, aparte, debes cargar una batería. Sin enchufes cercanos tu biblioteca se muere, desaparece. Un libro de papel podría acompañarte hasta el último minuto sin costarte nada. Me pregunto siempre (después de pensar que el sol ha visto crecer y morir miles de planetas): ¿Qué pasaría si un apagón desconecta las bibliotecas digitales públicas y privadas de una metrópoli por tiempo indefinido? ¿Qué sucedería con toda la memoria digitalizada si el planeta sufre un colapso enérgico que haga resetear el sistema?
  


   EDITORES DEL PODER

   En esta discusión los editores opinan, son temerarios, y cobardes como cualquiera que ve acercarse lo que no conoce muy bien. Yo creo que—y sigo la línea de muchos pensadores del tema—los editores, con e-reader o con lo que sea, no dejarán de crear, seleccionar y mejorar contenidos. No deben temer sino aprovechar. Lo que llega es una oportunidad de negocio como nunca antes la había tenido el mundo editorial, porque ya las grandes editoriales no serán un emporio y sí los buenos editores serán una virtud. Si un editor tiene una página donde recibe textos, negocia mercados, establece tarifas, corrige en conjunto, distribuye y escribe, de seguro va a ser un editor más libre que los de ahora, tanto económicamente como intelectualmente. El soporte digital acaba la maquinaria costosa y ayuda a crear empresa con pocas herramientas. Empresa editorial sobretodo, que, como todos sabemos, es difícil de sostener con escaso capital.
   Las que sí deben temer son las grandes editoriales. Si no reciben la era digital con un espaldarazo ella les dará una patada en el culo. Cuando se masifique el e-reader—que pasará, tarde o temprano—, también disminuirá la venta de libros impresos. Es una lógica de mercado. Y los emporios planetarios y de toda calaña, verán disminuir sus activos, oirán el rumor de que los editores independientes son cada vez más y que vienen por todo, percibirán a los escritores que, en auge de independencia y ganancia económica, se largarán a sacar libros por todo el mundo. Entonces podrán mantener algún atisbo de grandeza del pasado, pero les tocará entregarse a las nuevas formas y al nuevo soporte que, sin lugar a dudas, liberará a escritores, editores y traductores, y a todo aquel que siempre ha creído que sus palabras no valen por culpa del control que el mainstream letrado ejerce sobre la literatura.
   Lanzaré un supuesto hiperbólico que, como todo lo voluble de esta realidad, podría volverse cierto. Si las editoriales grandes, los emporios de información, las marcas de informática y los estados del mundo, sean democráticos o no, crean una plataforma de control para el internet, habría en peligro más que debe consternarnos a todos. Y no es miedo de que el porno hecho en Medellín con rumbo a Japón se acabe. Es que los escritores no pueden perder la libertad. No pueden rendirse ante una máquina fragmentada que dice qué puede haber en los e-readers y qué no. No pueden agacharse a los tapabocas de los estados y los grupos, porque si eso ocurre la red imitará con todos sus vicios al mundo real—aparte de que ya los exagera. Los e-readers deben consolidarse como una oportunidad de liberación de la información, no como una herramienta de control sobre lo que se piensa. Y la única manera de evitarlo es previniéndolo, alertando al mundo sobre lo que podría pasar bajo las cuerdas grises de la historia.
   Es precisamente ahí donde tenemos que ser más calculistas. La oportunidad de conectar el saber del mundo es la respuesta, colectiva y singular, de que el e-reader será un objeto imprescindible. Pero lo que ahora importa es no olvidar que este debate sobre la lectura es el más grande, el que más ha involucrado personas, el que más ha escuchado versiones, el que más a dejado hablar a los otros. Y es así por una razón muy sencilla: está conectado.
    

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La Cita Pública




   Por Bicario Texeiro   

   Una era informática. La red que pesca todo. Babilonia del siglo XXI. Ciberespacio. Internet. Cualquier nombre. ¿Importa? 
   Un lugar común dice que sí, porque el nombre es una de las fichas esenciales del juego del lenguaje. Otro lugar común no habla porque cree en una imagen, la de un mundo artificial, sin naturalidad, acechado por desiertos y pantallas. Y un lugar común más, dice que el mundo del futuro va a ser ambiental, pacífico, sin errores ni torpezas que nos acaben. 
   Yo creo que todo eso (ciencia, arte, destrucción, ilusión), es una argamasa que la red transforma una y otra vez. La información inunda las pantallas. Los libros van a cambiar porque ya un libro no sólo está compuesto de palabras que nos den 10.000 imágenes, sino de mixturas creativas que sean capaces de usar el hipertexto como soporte nuevo a la escritura. Las artes plásticas, la arquitectura, el diseño y el cine, ya son pasajeros continuos en los ámbitos tecnológicos. Y ninguna de las artes va a quedarse por fuera, porque lo que se viene afectará tanto el ámbito creativo como a la cultura misma, sin decir cuánto más a la psicología y valores (en el sentido de valores de los lenguajes) del humano, quien individualizará más su creatividad e intercambiará más información. 
   La humanidad desarrolla su presente sobre plataformas extrañas, llenas de elementos líquidos que van y vienen. No sabemos que pasará porque el futuro no es de nadie. Pero tal vez lleguemos a saber cuánto nos queda, quiénes no somos y si hubo o no alguna misión. La tecnología está re-armando a la humanidad, a cada segundo la dota con otra aplicación, herramienta o programación. ¿Entre todo eso perderemos nuestra esencia? Me apego a los versos del artista plástico Hernando Carrizosa, depositados en su poema Convocatoria, del libro Asfaltario. 

Saludo 
Habitantes del ahora
Peregrinos del silencio 
Ilusos caminantes
La pupila ingenua
Irisado nervio
Autómatas de esperanza incierta
Sonrientes
Alterados
Combatientes de sí mismos
Provocadores
Del sexo
Frío y aquilatado
Promotores
De fantasías desequilibrantes
Traficantes de ilusión
Cíclopes solitarios
Guardianes de área restringida
Oficiantes del gesto y la palabra
Malabaristas de andén
¿El siniestro?
El idiota, el gris
El transparente y el alucinado
Todos sean bienvenidos
A esta cita pública. 
  
 La humanidad conectada es encuentro masivo, público. Encuentro continuo que está lleno lleno de rostros fantasmales y cambiantes (fotos, avatares, nicks); de datos cruciales, elementales y cotidianos (blogs, chats, foros); y  ahogado en opiniones volátiles y piratería versátil, ese encuentro cada vez nos enriquece si sabemos cómo acudir a él. Pero ahí radica su desventaja. El talón débil de un titán extraño: para ser usado tiene que ser aprendido. Y no todos aprehenden por diferentes circunstancias. En Europa y Estados Unidos la mayoría de la gente sabe usar un computador; pero en Latinoamérica, África y partes de Oriente, la minoría de la gente sabe hacerlo. Peor aún, saben muy poco de los alcances del internet. La situación es incierta y alérgica, porque el desarrollo podría venir--para algunos--entre laptops, reproductores y teléfonos, y para otros debería llegar con políticas agrarias (corruptas), guerra y (mala) educación.
   Estas posturas en el debate de la tecnología dentro de lo social me parecen inocuas. 
Primero porque hay que ver lo que sí es posible, es decir, generar cambios económicos, culturales y políticos desde las tecnologías que se integran a la sociedad. La campaña de Obama lo demostró, los miles de portales exitosos económicamente lo hacen cada día, y el conocimiento cada vez expande más sus alas, sus debates y posturas entre la web. Esos cambios, por ejemplo, podrían ser oportunidades de negocio para miles de personas que no pueden salir del hogar por diferentes razones, para otros que no hayan hecho una carrera, para los que quisieran sobrevivir sin ayuda de nadie, para todos esos académicos indies que quieren sacar sus propias teorías y mostrarlas al mundo, para todos esos artistas que no tengan una galería, un agente, un público. La lista de beneficiados es larga. Pero lo que importa es que, si la gente interactua de diversos modos en las redes--ideas, dinero, métodos, industrias--habría cambios circunstanciales en la situación actual de la sociedad. Porque como dice la Convocatoria: "El transparente y el alucinado/ todos sean bienvenidos/ a esta cita pública."
   


Lo innegable

    Más allá de la tecnología que pueda ayudarnos a conectar todos nuestros alcances, hay efectos ambientales, políticos y económicos que deben ser tenidos en cuenta. Por ejemplo la chatarra tecnológica. Hay marcas de computadores que hacen máquinas para que duren menos de dos años, como marcas aún más ordinarias que con mano de obra barata producen y producen piezas, sólo para ver que al año ya no sirven y se convierten, triste y fatalmente, en basura maléfica. Esto es un problema serio. El planeta es un ser vivo como nosotros: siente nuestro grito destructivo, la mano que la protege  y la velocidad de nuestro devoro. 
   También, en este ambiente tecnológico está el problema político de la autoridad. Sabemos de sobra que el internet ha sido oportuno para la expresión libre de personas reprimidas--los blogeros de Cuba--, así como de inmensas movilizaciones que han sucedido gracias a las redes y los mensajes. Conocemos de sobra que hay controles jurídicos en la red, que firmamos acuerdos y aceptamos condiciones. También nos hace felices que cada vez haya más información útil para escuchar, ver y leer, y que podamos comunicarnos sin mucho esfuerzo con lejanos amigos y familiares. Pero eso, de alguna manera, no es tan bonito. 
   Los gobiernos controlan la red, los emporios censuran contenidos, los informativos distorsionan la realidad, y cualquier cosa podría ser eliminada, por una mano oscura, de nuestro computador, teléfono o reproductor. No es tanta la libertad que se promulga realmente porque de alguna manera hay alguien que sigue teniendo el control para favorecer intereses. Y nuestra misión será liberar con ingenio a la masa de exploradores sin rumbo, a todos los que creemos que acá hay una oportunidad, un renacimiento, un giro de la esfera que nos contiene.