viernes, 6 de noviembre de 2009

e-reader: debate de electrodos


    


    Por Chano Castaño

 
    Que tire la primera piedra el que piense que las bibliotecas se van a acabar en el mundo.
    Estoy ileso.
    Sin llagas para que se vaya el odio a la tecnología, ni penitencias en deuda por el amor a la red.
    Y es que el tema de los e-readers y los e-books tiene al mundo en el debate más grande que la lectura haya generado en la historia de la humanidad. Los escuadrones de la muerte, casi todos geks nazis ecologistas, piensan que llegó la hora de parar de talar árboles pues prefieren estar todos los días sentados frente a una pantalla que les filtra el mundo. Y las camarillas de románticos, casi todos poetas bolañeros y ecologistas—en el siglo XXI malos, buenos, filibusteros y santos son ecologistas—, creen que si los libros de papel se acaban la experiencia genuina de la lectura se perderá para siempre. Yo no estoy de acuerdo con ninguno—aunque también siembre árboles, recicle y apoye la abolición del plástico.
   Hoy salió un artículo en el Washington Post en el que se hace un balance del debate pero desde los números. Según el estudio citado por el diario el e-reader se tardaría más que el i-pod en masificarse. A mi me parece que esa es una obviedad irrelevante. Todos sabemos que mientras se lee, se conduce, se cocina, se duerme, se tira, se acampa, se baila, se caga y se fuma, uno escucha música. Los libros no son igual—aunque una pantalla en el techo de tu baño te mostrara Borges o un i-phone te leyera la Divina Comedia mientras follas—, y no son igual porque se puede transformar, revolucionar y crear nuevos soportes, pero nunca cambiará la concentración que un buen texto nos genera ni la sensación onírica de su artilugio de palabras. Poesía es poesía, y Vicente Fernández, Los Beatles y Metallica son un lenguaje rico, estimulante, son música, y cualquiera los quisiera escuchar mientras pueda. Por eso muchos lectores agarrarían un iPhone primero que un e-reader y muchos no-lectores y no-melómanos bajarían primero un álbum de música que un tratado de filosofía.
    Para mí los problemas del e-reader van más allá de la lealtad al libro de papel. Puede que se solucionen con números que inventen mejores cosas, pero se tomarían un tiempo. El primero de ellos—y también obvio, como el apunte del Washington Post—, es que las compañías que comercializan los e-readers—y las que apenas lo están planeando, acá va una alerta—, se están enfocando de una manera errónea. Quieren hacer un simple lector electrónico con aplicaciones. Deberían de pensar, creo yo, en una máquina que sea laptop y también e-reader, que permita cargar música como un iPhone, hacer llamadas, navegar, filmar videos, hacer transmisiones. Podría ser exagerado esto, pero un e-reader que quiera satisfacer las demandas de un consumidor actual deberá ser como un portátil: nadie quiere más aparatos, más basura de metal—bueno, hay excepciones—, sino que muchos buscamos es comodidades tecnológicas en las que podamos albergar información, crearla y distribuirla. Ah, y muy importante, comercializar con ella.
   El siguiente problema va en contravía de los ambientalistas poetas que piensan que un e-reader salvará al mundo del calentamiento global. Siempre dicen, entre ciencia y periodismo, que si los libros no fueran de papel se haría el aporte más importante a la lucha contra la deforestación. Puede que estén en lo cierto. Yo no comparto la tala de árboles. Pero tampoco soy ciego frente a las características nefastas del e-reader. Si llevo maletas en el techo de mi coche y dentro de unas de ellas llevo mi Kindle y de casualidad llueve, seguramente al tratar de leer En la ciudad no llueve todos los días me encontraré con un charco de químicos que viajan por la pantalla. Un libro se secaría y listo. También pienso en si se riega un café sobre la pantalla o si se deja caer al suelo. Me atemoriza de sobremanera que mis libros, todos, estén a la suerte de un aparato que es débil ante el ambiente. Lo acabaría la lluvia, los apeñuscaría el sol y de paso, nadie podría poner algo sobre él como hacemos, siempre, los que tenemos mesa de cama repleta de libros que sostienen vicios.
   Una de las aristas más fuertes del problema que tiene el e-reader con el ambiente es la energía. Si se acabaran las imprentas la gente escribiría a mano sobre el papel, con cualquier tinta, y la escritura como práctica sagrada de la civilización seguiría dejando sus huellas en el tiempo. Para leer un libro de papel necesitamos saber descifrar símbolos estructurados a la luz de una vela o del día. Para leer un e-reader se necesita lo mismo pero, aparte, debes cargar una batería. Sin enchufes cercanos tu biblioteca se muere, desaparece. Un libro de papel podría acompañarte hasta el último minuto sin costarte nada. Me pregunto siempre (después de pensar que el sol ha visto crecer y morir miles de planetas): ¿Qué pasaría si un apagón desconecta las bibliotecas digitales públicas y privadas de una metrópoli por tiempo indefinido? ¿Qué sucedería con toda la memoria digitalizada si el planeta sufre un colapso enérgico que haga resetear el sistema?
  


   EDITORES DEL PODER

   En esta discusión los editores opinan, son temerarios, y cobardes como cualquiera que ve acercarse lo que no conoce muy bien. Yo creo que—y sigo la línea de muchos pensadores del tema—los editores, con e-reader o con lo que sea, no dejarán de crear, seleccionar y mejorar contenidos. No deben temer sino aprovechar. Lo que llega es una oportunidad de negocio como nunca antes la había tenido el mundo editorial, porque ya las grandes editoriales no serán un emporio y sí los buenos editores serán una virtud. Si un editor tiene una página donde recibe textos, negocia mercados, establece tarifas, corrige en conjunto, distribuye y escribe, de seguro va a ser un editor más libre que los de ahora, tanto económicamente como intelectualmente. El soporte digital acaba la maquinaria costosa y ayuda a crear empresa con pocas herramientas. Empresa editorial sobretodo, que, como todos sabemos, es difícil de sostener con escaso capital.
   Las que sí deben temer son las grandes editoriales. Si no reciben la era digital con un espaldarazo ella les dará una patada en el culo. Cuando se masifique el e-reader—que pasará, tarde o temprano—, también disminuirá la venta de libros impresos. Es una lógica de mercado. Y los emporios planetarios y de toda calaña, verán disminuir sus activos, oirán el rumor de que los editores independientes son cada vez más y que vienen por todo, percibirán a los escritores que, en auge de independencia y ganancia económica, se largarán a sacar libros por todo el mundo. Entonces podrán mantener algún atisbo de grandeza del pasado, pero les tocará entregarse a las nuevas formas y al nuevo soporte que, sin lugar a dudas, liberará a escritores, editores y traductores, y a todo aquel que siempre ha creído que sus palabras no valen por culpa del control que el mainstream letrado ejerce sobre la literatura.
   Lanzaré un supuesto hiperbólico que, como todo lo voluble de esta realidad, podría volverse cierto. Si las editoriales grandes, los emporios de información, las marcas de informática y los estados del mundo, sean democráticos o no, crean una plataforma de control para el internet, habría en peligro más que debe consternarnos a todos. Y no es miedo de que el porno hecho en Medellín con rumbo a Japón se acabe. Es que los escritores no pueden perder la libertad. No pueden rendirse ante una máquina fragmentada que dice qué puede haber en los e-readers y qué no. No pueden agacharse a los tapabocas de los estados y los grupos, porque si eso ocurre la red imitará con todos sus vicios al mundo real—aparte de que ya los exagera. Los e-readers deben consolidarse como una oportunidad de liberación de la información, no como una herramienta de control sobre lo que se piensa. Y la única manera de evitarlo es previniéndolo, alertando al mundo sobre lo que podría pasar bajo las cuerdas grises de la historia.
   Es precisamente ahí donde tenemos que ser más calculistas. La oportunidad de conectar el saber del mundo es la respuesta, colectiva y singular, de que el e-reader será un objeto imprescindible. Pero lo que ahora importa es no olvidar que este debate sobre la lectura es el más grande, el que más ha involucrado personas, el que más ha escuchado versiones, el que más a dejado hablar a los otros. Y es así por una razón muy sencilla: está conectado.
    

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