martes, 23 de noviembre de 2010

El asilo

Por The Journindie





Como siempre andamos rumiando los fragmentos del espectro informativo--esa agenda setting neurótica y triste--, nos damos cuenta de las raterías y malicias de nuestras figuras públicas. Estatuas mediáticas que, valga la penda decirlo, están esculpidas con el descaro del pintor copista, y con el material que utiliza el sátiro para medir a chucho: la desverguenza.

¿En qué país un presidente manda a chuzar a la gente que lo critica, descubren a los chismosos, los tienen declarando, y luego los dejan ir bajo la capa de la compinchería internacional? ¿Colombia será capaz de más verguenza histórica, de más atraso en materia de ética y justicia, de más fanfarronería política ante los derechos de las víctimas? Ya todos sabemos la historia: iba a delatar la señora Pilar Hurtado a los escuchas ilegales de la crítica, y en súbitos ires y venires, se fue a Panamá pidiendo cacao, bajo las enaguas de un gobierno que acá nadie conoce muy bien. Todos también sabemos que nuestro ex-dicatador arregló la cama, la casa y los carros de aquella estadía preventiva. Y no hacemos nada. No hay manifestación. No hay rabia. ¿Será que nos encanta que nos vean la cara?

El señor Sabas Pretel, ese calvo y cano que parece sacado de un mal cuento italiano, también buscaba huir a otras tierras. No lo recibieron, seguramente se les acabó el veneno para ratas. No le abrieron las puertas, seguramente no hay nadie que cuide sus pasos. No lo invitaron, porque tras de él viene la sombra de la corrupción en Colombia y su continuidad. No le quisieron dar el paso, porque Sabitas siempre es de los que se queda en la puerta mirando qué consigue, qué pesca, qué manotea. Nos enteramos por acá de la terrible narración del rechazo a su petición de asilo. !Ni más faltaba! !Después Uribe pedirá asilo en la granja de Bush!

Muchas víctimas sin rostro han abandonado el país en busca de la tranquilidad. La seguridad democrática expulsó a muchos, pero nadie los ve. La violencia guerrillera y paramilitar, narcotráficante y gamonal, expulsó a otros en busca de panoramas tranquilos. A ellos tampoco nadie los vio irse. Pero a estas sabandijas, animales rastreros y ponzoñosos, los vemos irse, los vemos recibir las llaves de una ciudad distante que los cuidará de toda "persecución", y nada hacemos aunque sepamos que, como los españoles que tantos latinos odian, se llevan el botín de la verdad bajo sus brazos.