lunes, 14 de diciembre de 2009

Hopenhague: un alto a Kyoto.

Por Bicario Texeiro 






   Ya se escuchó un grito de alerta en Copenhague. Los países emergentes africanos, dispuestos a cuidar los pocos recursos que les dejó la colonización europea--y buscando que se les pague la indemnización por daños climáticos provocados por el primer mundo--, se alzaron de la mesa de dialogo (al escribir este artículo creo que ya volvieron a sentarse), y pusieron un alto en el camino para el tratado de Kyoto, característico y polémico porque en él los países desarrollados estamparon su firma y salvaron el culo: no se les exige mucho ni se comprometen a tanto.
   Álvaro Uribe, presidente de un país clave en el problema del calentamiento global--no porque los páramos se acaben, sino porque acá hay mucha agua y mucha selva--, decidió irse a Cophenhague con el argumento fresco de la dosis personal y de el CO2 producido por el negocio de la droga. Su auditorio, esperamos, lo condenará por falso. Desde Colombia las voces que se escuchan dicen cosas, pero el país--y el resto de Latinoamérica--no tiene posición clara frente al problema, y menos va a tenerla en un futuro.
   O al menos una propuesta seria de verdad, nada de tanteos débiles ni decisiones que lo único que arreglan es el bolsillo de sus promotores. Por esa misma razón apoyo el levantamiento que hicieron los países africanos: si no se cambian las condiciones del juego, vamos a seguir ebrios en el mismo casino, donde viene perdiendo el planeta a montones. Hay que ser drásticos porque el problema lo es con todos nosotros. Los continentes asediados por el cambio climático tienen por misión transformar las condiciones del tratado de Kyoto; si se sale de Copenhague con las manos vacías, sin cambios en este sentido, no se habrá hecho nada.
    Obama y la Unión Europea piensan ceder lo necesario para no afectar la recuperación de la crisis, pero no va a ser suficiente. Las cosas empeorarán. No hay todavía la voluntad desesperada del hombre, sino que en el camino a la catástrofe, apenas vamos en el punto donde todavía reímos y ufanamos. Latinoamérica podría ser un líder en este tipo de transformaciones, pero su poder económico es una traba. La única salida que daría una voltereta a todo sería la legalización de las drogas, hecho que pondría al continente a liderar un proceso mundial y que, con la pericia y la técnica adecuadas, podría desembocar en un desarrollo potencial para los países emergentes de habla hispana.
   ¿Se imaginan que Latinoamérica fuera el continente que produjera, controlara y negociara con las drogas legales en el mundo? Si se hace legal acá podría ejercerse una presión para que lo sea allá, donde los consumidores y los mercados empezarían a ser atractivos para el ámbito jurídico, ya que exigirían productos que tuvieran controles de calidad aprobados por especialistas. De pasó podríamos hablar más seriamente de calentamiento global, pero con equidad y menos combate mortal.
   Desde que vi las piezas de Greenpeace donde aparecen los líderes de estado ancianos no he parado de pensar que esa podría ser la verdad. Tengo miedo, pero el terror aun no llega. Vendrá después. Se le unirán guerras, destrucción, violencia. Y cuando ese terror ya este aquí, ya no serán muy necesarios los Live 8 o los Kyoto o los Hopenhague, sino que tendremos que unirnos como no lo hicimos cuando en nuestras manos estuvo salvar el mundo.