martes, 2 de febrero de 2010

El sapo del disparo

Por Lola Camanance, desde Barcelona 


 


   Sergio* viajó primero a Musoma, un puerto de Tanzania en Mara, y estuvo nadando en el lago Victoria y allí conoció una francesa llamada Filipe. Se besaron una noche, fumaron un porro una tarde, se vieron metidos en una balacera la madrugada antes de hacer el amor, y un hombre me dijo que habían volado, muy lejos, hacia donde los encontrara la nada simbolizada en un ratón.
En Musoma la pobreza desaforada y la violencia de rutina le dieron tiempo para perderse a la fuerza y dormir en casa muchas horas. Una vez salió a buscar algo de comer a un granero cercano, y cuando le faltaba una calle para su destino unos tiros le dieron la vuelta a todo y fue el caos. Siempre recuerda que una bala mató una bebe ese día, y a las mujeres les importaba, pero a los hombres les preocupaba no haber muerto ahí.
  
   Sergio había terminado en Musoma debido a su estudio sobre las ranas de las cataratas del río Kihanzi, a las cuales terminó defendiendo casi hasta la muerte. Todo comenzó cuando el Banco Mundial decidió hacer una presa en el Kihanzi para proveer de energía a las poblaciones cercanas, proyecto al que nadie se opuso y al que nadie le hizo estudios ambientales previos. Tras la construcción de la presa, el flujo del río que se lanzaba en la catarata decendió en un 90%, dejando destruida el hábitat de una especie de rana única en el mundo que vive allí--o vivía, mejor dicho--,y que ahora trata de sobrevivir en un zoológico del Bronx.(Para ver la historia de las ranas, haz clic acá)
Sergio volvió a Colombia a vivir con Filipe. Pasaron por Buenos Aires unos meses pero no les gustó la futbolería y el ego. Pasaron luego a Cartagena y fue su mejor momento pero el que menos duró. Se trasladaron a Quito pero la cercanía con el ambiente chavista los sacó volando, hasta que llegaron al DF, una ciudad gris, podrida en alegría y estupidez y fanfarronería, llena de monumentos de extranjeros y con fama de tener ladrones hasta en la ducha, una ciudad a la que Sergio no le temía gracias a sus aventuras noventeras pero que le producía un abismo continuo. Pensaba que al llegar a México se le caería el piso.

   En el aeropuerto tuvieron inconvenientes con la maleta y mientras esperaban en una oficina Sergio leía el periódico recien puesto en la mesa con las noticias calientes. Después de pasar la mirada por varias páginas internacionales le comentó a Filipe que el gobierno de Colombia era una mierda, y que "a quién putas se le ocurría financiar la salud de unos a costa de la quiebra de otros. Definitivamente el tercer mundo no es un mote gratuito. Se lo merecen, por perros, sínicos, ladrones consigo mismos. ¿A quién se le pasa por la cabeza joder la salud cuando Colombia anda en guerra, en tensiones con vecinos, en víspera de elecciones presidenciales?". Y luego de hablar sobre la noticia a la que Filipe le dio una vaga importancia, les dieron las maletas y se fueron al hotel.

   Sergio y la francesa cogieron hasta la madrugada y el frío les pareció una brisa relajada y suave a comparación de los nórdicos vientos que ellos acostumbraban. El desayuno llegó con otro periódico pero no lo quisieron ni abrir. En la calle tomaron una bus al azar y llegaron hasta un barrio inmundo, donde le quitaron la cámara a Filipe y le cortaron una mano a Sergio, quien había confundido su DF, ese que no veía desde que tenía 4 años. La policía los rescató al momento pues alguien llamó y dijo que asaltaban unos extranjeros. El comportamiento de la fuerza pública hizo recordar a Sergio la película colombiana El embajador de la india.

   Esa noche se fueron de rumba a una buena disco. Compraron tequila, algo de cocaína para Filipe, se metieron unas rayas en la mesa, fumaron cigarrillos compulsivamente un momento, y luego hablaron como dioses, atribulados por la lucidez que los embargaba. En un momento en que la farra estaba en su mejor momento, Filipe fue al baño y volvió furiosa, le contó a Sergio que un idiota le había estado coqueteando y le había dicho perra . Filipe le pidió que insultara al tipo y Sergio fue sin reparo, lleno de furia. Le dijo un par de palabrotas, el otro de una vez lo empujó, se armó una pelea tartamuda, de puros empeyones, y un tipo ayudó a Sergio y le dijo al otro que respetara, y entre esos dos se prendieron más que el resto, hasta que el coqueto acusado sacó una pistola y mandó a todos a freír changos, pero el tipo que se le enfrentaba le dijo nada, a mí no me rajas, y el coqueto lo amenazó temblando el pulso, y el otro nada, que a mí no me jodes, cabrón, entonces el coqueto sedujó la muerte, jaló del gatillo, y le puso una bala en la cabeza a Salvador Cabañas.

(Para ver la historia real de Cabañas haz clic acá)/a>


*: Nombre cambiado a pedido de la fuente.

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